Descubre cómo se realizan la fecundación in vitro y la ICSI, sus diferencias y el proceso que sigue hasta la confirmación del embarazo.
En la FIV convencional, los óvulos extraídos se colocan en una placa de cultivo con una microgota de semen previamente concentrado y preparado. Allí, de forma casi natural, miles de espermatozoides rodean cada óvulo; solo uno logrará penetrarlo y fusionar su material genético, dando origen al embrión. Esta técnica se elige cuando la muestra seminal presenta una calidad aceptable o la causa de la infertilidad no radica en el espermatozoide.
La inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI) es la opción preferida cuando hay factor masculino severo, fecundaciones fallidas previas o se trabaja con óvulos de calidad limitada. Bajo un microscopio de alta resolución, el embriólogo selecciona un único espermatozoide, lo inmoviliza y lo inyecta directamente dentro del citoplasma ovular con una microaguja. Este procedimiento evita la carrera de los espermatozoides y aumenta las probabilidades de fecundación.
Una prueba de sangre cuantitativa confirmará la presencia de β-hCG. Si el resultado es positivo, se agenda una ecografía alrededor de la semana 6 para visualizar el saco gestacional y latido embrionario. A partir de ahí se programan controles obstétricos regulares y, en algunos casos, soporte hormonal durante el primer trimestre.
Comprender las diferencias entre FIV e ICSI y los pasos posteriores brinda claridad a las parejas que inician tratamientos de reproducción asistida. Cada técnica responde a necesidades específicas y, en manos de un equipo especializado, ambas ofrecen altas probabilidades de lograr un embarazo sano.